domingo, 29 de septiembre de 2013

¿Perdidos?

He encontrado mi oveja que se había perdido.
 
He encontrado la dracma que había perdido.
 
Este es mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.
 
Lucas 15:6, 9 y 24
 
Ser salvo supone haber estado perdido. La necesidad de ser salvo nace del sentimiento de estar perdido, y perdido por ser pecador.
 
No es cuestión de razonar sobre las causas de ese estado; es inútil discutir largamente a ese respecto; ante la justicia de Dios, todo ser humano está perdido y necesita un Salvador.
 
Es pues, a los perdidos y tan solo a ellos que el Evangelio se dirige. Tres parábolas de Jesús ilustran nuestro estado de perdición en el capítulo 15 del evangelio de Lucas.
 
La primera habla de una oveja que se extravió al alejarse del rebaño. Sin inteligencia, incapaz de hallar su camino por sí sola, es la condición propia de la oveja. Usted se dirá: No es su culpa, es su naturaleza. Así es, pero el hecho es que está perdida, y así permanecerá si el pastor (Jesús) no fuera a buscarla.
 
La segunda nos habla de una moneda perdida por su dueña. Tiene valor pero es inerte. Fue extraviada, dirá usted, sin que fuese su culpa! ¡Seguro! pero el hecho es que está perdida y permanecerá en el polvo si su dueña no barre la casa.
 
Finalmente, el hijo pródigo va a morir de hambre en un país alejado, después de haber derrochado locamente los bienes que había obtenido de su padre. Puede lamentarse por las malas influencias recibidas y maldecir las seducciones a las cuales sucumbió. Esto no cambia nada si no se reconoce perdido, sin recursos, a menos que vuelva hacia su padre.
 
No sirve culpar a nuestra naturaleza, a nuestros educadores o a las circunstancias. Es necesario reconocer el hecho de que estamos perdidos y aceptar al Señor Jesucristo como nuestro Salvador; porque el Padre nos espera.

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