Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.
Hebreos 4:7
Un hombre cansado de su vida de pecado, empezó a asistir a reuniones cristianas. Un día, el pastor le dijo: -Usted quisiera llevar otra vida y llegar a ser un creyente? -Sí- contestó. -Pero tengo un gran impedimento: no tengo el coraje de confesar públicamente que soy un discípulo de Jesucristo. Nunca me atrevería a decírselo a mis amigos.
Pero, insistió el pastor: -siendo el Señor Jesús tal como la Biblia lo presenta, vale la pena decidirse por ÉL.
Durante un tiempo, ese hombre asistió a la iglesia frecuentemente. Sentía el llamado de Dios y sentía que Cristo le quería salvar, pero siempre repetía: -No tengo la valentía, se burlarán demasiado de mí.
Por eso, dejó de ir a las reuniones y frecuentó a sus antiguos amigos. Seis meses después llamó al pastor, pues estaba gravemente enfermo. Temía morir sin obtener el perdón de sus pecados. Sin embargo, no se arrepintió.
Días más tarde, su enfermedad tomó un giro favorable. Su estado de salud mejoró, pero su posición referente al Señor Jesús no cambió.
Se sentía mucho mejor y le dijo al pastor: -En la próxima primavera, cuando mi salud esté completamente restablecida, pienso decidirme por Cristo.
Y el pastor le contestó: -¿Quién le asegura que usted estará aún con vida en la primavera? ¿Lo sabe usted con absoluta seguridad?
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