Nuestra existencia terrestre tiene un fin y más allá se abre el angustioso dominio de lo desconocido. De nada sirve que nos esforcemos en no pensar en ello. Queda siempre la pregunta torturadora: Si todo no se acaba con la muerte, qué será de mí?
Pero, el incrédulo dice: soy libre de negar todo el más allá. Más la única autoridad soberana -la Palabra de Dios- declara: "Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio" (Hebreos 9:27). Que lo creamos o no, Dios se hace oír hoy una vez más.
Este juicio es inapelable. Y ningún ser humano puede pretender presentarse ante ÉL como inocente. La misma Palabra declara que todos somos pecadores, y por consiguiente, perdidos. Pero también nos dice que hay un medio de salvación y que existe un Salvador: "el Señor Jesús", el Cristo.
Dios le envió para ser ese Salvador y todo aquel que cree esto "no vendrá a condenación mas ha pasado de muerte a vida" (Juan 5:24).
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