domingo, 5 de mayo de 2013

La confianza, la obediencia, la luz

Tres cosas caracterizan la vida de la fe, a menudo sembrada de pruebas y trabajos difíciles:
 
En primer lugar, la confianza de que no hay nada que pueda impedir a Dios cumplir sus propósitos. Tomemos el ejemplo de José: todo lo que hicieron sus hermanos para poner obstáculos al cumplimiento de sus sueños solo sirvió para que se realizaran: le venden para que sea llevado a Egipto; la injusta y maligna acusación hecha contra él en la casa de Potifar le conduce a la prisión; y allí encuentra al copero de Faraón, quien será el instrumento escogido por Dios para encumbrarle en la alta posición que el propósito divino le destinaba.
 
 
 
La segunda cosa es la simple obediencia que toma por guía el pensamiento de Dios y que se somete a su voluntad. En este mundo existe un sendero para los creyentes y en ese sendero hallan a Dios y su fuerza.
 
 
 
Finalmente, si conocemos el propósito de Dios, tenemos la luz en el alma. ÉL nos guiará aunque el camino puede parecernos oscuro, pero, si es SU sendero, ese sendero es el camino para llegar a SU reposo. Un ojo sencillo que busca solo a Cristo: éste es el secreto que asegura el andar y le da firmeza. Al poseer en nosotros el secreto del Señor, hemos de andar de manera digna de Dios, quien nos llamó a su propio reino. Y ¡qué gozo ser así asociados con ÉL mismo! Ya que sabemos que su propósito es glorificar a Cristo, es también lo que buscamos al andar de una manera digna de ÉL y al servirle.
 

 
 
 
 
 
 
 

 
 


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