La Revolución Francesa (1789) señala la llegada de la sociedad burguesa y capitalista a la historia de Francia.
Su característica esencial es la de haber logrado la destrucción del régimen señorial y de las órdenes feudales privilegiadas.
Según Tocqueville, la Revolución Francesa había destruido todo lo que en la antigua sociedad procedía de las instituciones aristocráticas, feudales y monarquía.
A finales del siglo XVIII la estructura social de Francia seguía siendo esencialmente, aristocrática; conservaba el carácter de su origen, de la época en que la tierra constituía la única forma de riqueza social y, por lo tanto, confería el poder a quienes la poseían sobre quienes la cultivaban.
El renacimiento del comercio y el desarrollo de la producción artesanal habían creado, desde los siglos X y XI, una nueva forma de riqueza, la riqueza mobiliaria, y con ello, habían dado nacimiento a una clase nueva, la burguesía; cuya importancia había quedado consagrada con su admisión en los Estados Generales desde el siglo XVI.
Es así, que para el siglo XVIII la burguesía estaba a la cabeza de las finanzas, del comercio, de la industria. Proporcionaba, a la monarquía, tanto técnicos administrativos como los recursos necesarios para la marcha del Estado.
La aristocracia, cuyo papel estaba disminuyendo, seguía no obstante en el primer rango de la jerarquía social; pero, la burguesía crecía en número, en poder económico, también en cultura y en conciencia. Su buena conciencia como clase en ascenso, con fe en el progreso, estaba convencida de representar el interés general y asumir las cargas de la nación. Como clase progresiva ejercía una atracción victoriosa sobre las masas populares y sobre los sectores disidentes de la aristocracia.
Esos caracteres no diferenciaban a Francia del resto de Europa. En todas partes el ascenso de la burguesía se había producido en detrimento de la aristocracia y de la sociedad feudal.
La burguesía reclamaba la igualdad y la libertad. La libertad política, pero aún más, la libertad económica, la del beneficio. El capitalismo exigía la libertad porque la necesitaba para asegurar su desarrollo. La libertad en todas sus formas: libertad de la persona, libertad de los bienes, libertad de la mente para la investigación y los descubrimientos técnicos y científicos.
Las luchas de clases llevaron a la burguesía al poder, pues los antagonismos sociales se encontraban en las características específicas de la sociedad francesa del Antiguo Régimen.
La aristocracia (la nobleza y el alto clero) planteaba un doble problema: social y político. Socialmente la nobleza francesa no era homogénea; puesto que, la evolución histórica había introducido diferenciaciones: nobleza de espada tradicional y nobleza de toga, adquirida al nacer; nobleza de corte y nobleza provinciana, de sangre una y otra, pero, con opuesto género de vida.
Sin duda, también en el siglo XVIII el dinero se imponía a la nobleza, como a la burguesía, y tendía a disociar sus filas. El noble, incluso el de espada, no era nadie sin dinero; había que ser rico para adquirir la nobleza, rico también para mantener su rango.
Políticamente la aristocracia se alzó, en el siglo XVIII, contra el absolutismo real. "Los patricios -escribió Chateaubriand- empezaron la revolución, los plebeyos la acabaron". Claro que la nobleza admitió un régimen constitucional, pero, se mostraba preocupada por la libertad individual, por eso, estaba lejos de admitir la igualdad (unánime en el mantenimiento de los derechos señoriales).
No puede quedar ninguna duda, la aristocracia emprendió la lucha contra el absolutismo para restablecer su preponderancia política y salvaguardar sus privilegios sociales; lucha que llevó hasta la contrarrevolución cuyas reformas no ponían en cuestión la estructura aristocrática del Antiguo Régimen.
Pero, la aristocracia no se daba cuenta que al minar el poder real estaba anulando al defensor de sus privilegios. De esta forma, la revuelta de la aristocracia abrió el camino al estado llano. El tercer estado, o estado llano, incluía a todos los plebeyos, o sea según Sieyés, al 96% de la nación. Eran industriales, comerciantes, profesionales, campesinos, etc.
Es una verdad evidente que la burguesía (que pertenecía al tercer estado) guió la revolución; aunque no era una clase homogénea en el siglo XVIII. Algunas de esas fracciones estaban integradas en las estructuras del Antiguo Régimen, participando en grados diversos de los privilegios de la clase dominante: bien por la fortuna inmobiliaria y los derechos señoriales; bien por la pertenencia al aparato del Estado; bien por la dirección de las formas tradicionales de las finanzas y la economía.
La existencia de un amplio sector de pequeña y mediana burguesía ya constituía una de las características esenciales de la sociedad francesa. La mayor parte de la producción local seguía alimentada por artesanos, productores independientes y vendedores directos.
Pero, en el artesano reinaba una enorme diversidad en cuanto a la condición jurídica y el nivel social; porque algunos oficios como los "Seis cuerpos" en París, eran muy considerados y sus miembros se encontraban entre los notables.
A menudo se ha citado la opinión de la esposa del convencional Lebas -hija del "carpintero" Duplay (entendámonos: empresario carpintero)- huésped de Robespierre que afirmaba que su padre, preocupado por la dignidad burguesa, jamás hubiera admitido en su mesa a uno de sus "servidores", es decir, de sus obreros. Se ve así, la distancia que separó a los jacobinos de los saculottes; a la pequeña y mediana burguesía de las clases populares propiamente dichas. Donde acababan unas y empezaban otras es difícil precisar.
A las clases populares, propiamente dichas, les faltaba el espíritu de clase. Diseminadas en muchos pequeños talleres, no estaban especializados como consecuencia del desarrollo aún restringido de la técnica, ni estaban concentrados en grandes empresas o en los barrios industriales.
A menudo mal diferenciados del campesinado, los asalariados así como también los artesanos, no eran capaces de concebir soluciones para su miseria: la debilidad de los gremios la demostraba.
El odio hacia la aristocracia y a los ricos, fueron los fermentos de unidad de las masas trabajadoras. Cuando las malas cosechas y la crisis económica aparecieron, se pusieron en movimiento y las clases populares se asociaron. Así, se dieron los golpes más fuertes a la vieja sociedad.
Pero, esta victoria de las masas populares no podía ser más que "una victoria burguesa". La burguesía solo aceptó la alianza popular contra la aristocracia; porque las masas permanecieron subordinadas.
Los campesinos desempeñaron un cometido también importante en la Revolución Francesa, con respecto a ello Tocqueville dice: "porque los derechos feudales se habían vuelto en Francia más valiosos que en cualquier otra parte".
El grupo social de los grandes terratenientes se desarrolló ampliamente al final del Antiguo Régimen; así comenzaba ya el antagonismo entre el capitalismo agrícola y un campesinado en vías de proletarización, faltos de tierra, despojados de sus derechos colectivos a medida que se reforzaba la propiedad privada y la gran explotación, los pequeños campesinos engrosaban las filas de un proletariado miserable e inestable, presto a alzarse contra las grandes explotaciones y contra los castillos. Las clases populares han sido el motor de la Revolución burguesa.
El coste de la vida para las clases populares resultaba grandemente afectado por el alza de los precios, lo que beneficiaba a las categorías socialmente acomodadas y abrumaba al pueblo. La crisis agrícola produjo la crisis industrial. El hambre movilizó al pueblo y el crecimiento demográfico multiplicó las consecuencias del alza de los precios.
La inmigración de los habitantes del campo constituía el factor principal de la expansión urbana. Al final del Antiguo Régimen, la población francesa era de unos 25 millones de habitantes, pero no era el país más poblado de Europa.
La cosecha de 1788 fue desastrosa, desde agosto fue afianzándose el alza de precios que siguió sin detenerse hasta julio de 1789. La carestía movilizó a las masas rurales y ciudadanos que, con toda naturalidad, imputaron la responsabilidad de sus males a las clases dominantes y a las autoridades de gobierno.
SOBOUL, Albert, "La Revolución Francesa", Barcelona, Oikos-tau Ediciones, 1981.
Esos caracteres no diferenciaban a Francia del resto de Europa. En todas partes el ascenso de la burguesía se había producido en detrimento de la aristocracia y de la sociedad feudal.
La burguesía reclamaba la igualdad y la libertad. La libertad política, pero aún más, la libertad económica, la del beneficio. El capitalismo exigía la libertad porque la necesitaba para asegurar su desarrollo. La libertad en todas sus formas: libertad de la persona, libertad de los bienes, libertad de la mente para la investigación y los descubrimientos técnicos y científicos.
Las luchas de clases llevaron a la burguesía al poder, pues los antagonismos sociales se encontraban en las características específicas de la sociedad francesa del Antiguo Régimen.
La aristocracia (la nobleza y el alto clero) planteaba un doble problema: social y político. Socialmente la nobleza francesa no era homogénea; puesto que, la evolución histórica había introducido diferenciaciones: nobleza de espada tradicional y nobleza de toga, adquirida al nacer; nobleza de corte y nobleza provinciana, de sangre una y otra, pero, con opuesto género de vida.
Sin duda, también en el siglo XVIII el dinero se imponía a la nobleza, como a la burguesía, y tendía a disociar sus filas. El noble, incluso el de espada, no era nadie sin dinero; había que ser rico para adquirir la nobleza, rico también para mantener su rango.
Políticamente la aristocracia se alzó, en el siglo XVIII, contra el absolutismo real. "Los patricios -escribió Chateaubriand- empezaron la revolución, los plebeyos la acabaron". Claro que la nobleza admitió un régimen constitucional, pero, se mostraba preocupada por la libertad individual, por eso, estaba lejos de admitir la igualdad (unánime en el mantenimiento de los derechos señoriales).
No puede quedar ninguna duda, la aristocracia emprendió la lucha contra el absolutismo para restablecer su preponderancia política y salvaguardar sus privilegios sociales; lucha que llevó hasta la contrarrevolución cuyas reformas no ponían en cuestión la estructura aristocrática del Antiguo Régimen.
Pero, la aristocracia no se daba cuenta que al minar el poder real estaba anulando al defensor de sus privilegios. De esta forma, la revuelta de la aristocracia abrió el camino al estado llano. El tercer estado, o estado llano, incluía a todos los plebeyos, o sea según Sieyés, al 96% de la nación. Eran industriales, comerciantes, profesionales, campesinos, etc.
Es una verdad evidente que la burguesía (que pertenecía al tercer estado) guió la revolución; aunque no era una clase homogénea en el siglo XVIII. Algunas de esas fracciones estaban integradas en las estructuras del Antiguo Régimen, participando en grados diversos de los privilegios de la clase dominante: bien por la fortuna inmobiliaria y los derechos señoriales; bien por la pertenencia al aparato del Estado; bien por la dirección de las formas tradicionales de las finanzas y la economía.
La existencia de un amplio sector de pequeña y mediana burguesía ya constituía una de las características esenciales de la sociedad francesa. La mayor parte de la producción local seguía alimentada por artesanos, productores independientes y vendedores directos.
Pero, en el artesano reinaba una enorme diversidad en cuanto a la condición jurídica y el nivel social; porque algunos oficios como los "Seis cuerpos" en París, eran muy considerados y sus miembros se encontraban entre los notables.
A menudo se ha citado la opinión de la esposa del convencional Lebas -hija del "carpintero" Duplay (entendámonos: empresario carpintero)- huésped de Robespierre que afirmaba que su padre, preocupado por la dignidad burguesa, jamás hubiera admitido en su mesa a uno de sus "servidores", es decir, de sus obreros. Se ve así, la distancia que separó a los jacobinos de los saculottes; a la pequeña y mediana burguesía de las clases populares propiamente dichas. Donde acababan unas y empezaban otras es difícil precisar.
A las clases populares, propiamente dichas, les faltaba el espíritu de clase. Diseminadas en muchos pequeños talleres, no estaban especializados como consecuencia del desarrollo aún restringido de la técnica, ni estaban concentrados en grandes empresas o en los barrios industriales.
A menudo mal diferenciados del campesinado, los asalariados así como también los artesanos, no eran capaces de concebir soluciones para su miseria: la debilidad de los gremios la demostraba.
El odio hacia la aristocracia y a los ricos, fueron los fermentos de unidad de las masas trabajadoras. Cuando las malas cosechas y la crisis económica aparecieron, se pusieron en movimiento y las clases populares se asociaron. Así, se dieron los golpes más fuertes a la vieja sociedad.
Pero, esta victoria de las masas populares no podía ser más que "una victoria burguesa". La burguesía solo aceptó la alianza popular contra la aristocracia; porque las masas permanecieron subordinadas.
Los campesinos desempeñaron un cometido también importante en la Revolución Francesa, con respecto a ello Tocqueville dice: "porque los derechos feudales se habían vuelto en Francia más valiosos que en cualquier otra parte".
El grupo social de los grandes terratenientes se desarrolló ampliamente al final del Antiguo Régimen; así comenzaba ya el antagonismo entre el capitalismo agrícola y un campesinado en vías de proletarización, faltos de tierra, despojados de sus derechos colectivos a medida que se reforzaba la propiedad privada y la gran explotación, los pequeños campesinos engrosaban las filas de un proletariado miserable e inestable, presto a alzarse contra las grandes explotaciones y contra los castillos. Las clases populares han sido el motor de la Revolución burguesa.
El coste de la vida para las clases populares resultaba grandemente afectado por el alza de los precios, lo que beneficiaba a las categorías socialmente acomodadas y abrumaba al pueblo. La crisis agrícola produjo la crisis industrial. El hambre movilizó al pueblo y el crecimiento demográfico multiplicó las consecuencias del alza de los precios.
La inmigración de los habitantes del campo constituía el factor principal de la expansión urbana. Al final del Antiguo Régimen, la población francesa era de unos 25 millones de habitantes, pero no era el país más poblado de Europa.
La cosecha de 1788 fue desastrosa, desde agosto fue afianzándose el alza de precios que siguió sin detenerse hasta julio de 1789. La carestía movilizó a las masas rurales y ciudadanos que, con toda naturalidad, imputaron la responsabilidad de sus males a las clases dominantes y a las autoridades de gobierno.
SOBOUL, Albert, "La Revolución Francesa", Barcelona, Oikos-tau Ediciones, 1981.
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