La Biblia no ha sido escrita en Atenas o en Alejandría, grandes centros de la cultura antigua. No ha sido escrita por hombres que hayan recibido su inspiración de antiguas fuentes de sabiduría, sino por hombres que en su mayoría vivían en Palestina.
Escrita por hebreos, pueblo que por tradición, educación y sentimientos es de los más cerrados al contacto exterior. La Biblia ha ejercido una poderosa influencia sobre las más adelantadas naciones de occidente.
Es el único libro del mundo que ha resistido siglos de persecución. El emperador romano Diocleciano decretó en 303 la más terrible persecución contra la Biblia y sus lectores. Millares de cristianos perecieron y un incontable número de biblias fue destruido. Se erigió una columna de triunfo con esta inscripción: Extincto nomine cristianorum (El nombre de los cristianos ha sido aniquilado).
Pero, la Biblia se levantó de las cenizas y, en 325, el emperador Constantino la reconoció como la Verdad.
Los más encarnizados enemigos de la Biblia han sido, cosa curiosa, hombres que reclamaban la libertad de pensamiento. Pero, Dios mismo cuida de ella. El Señor Jesús dijo: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".
No se debe leer este Libro como cualquier otro ni estudiarlo y analizarlo como se hace con cualquier literatura, sino considerarlo como lo que es en verdad: la viva Palabra del Dios viviente, sobrenatural en su origen, eterno en su duración, inestimable en su valor, infinito en su meta, divino por su autor, humano por los que lo escribieron, infalible en autoridad, personal en su aplicación, universal por el interés que suscita e inspirado en su totalidad.
¡Gracias por esa expresión acerca de la Palabra De DIOS!
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