La Biblia está llena de preciosas promesas. Pone a disposición del alma alimento y refrigerio en abundancia. La mayoría de sus páginas contiene palabras de consuelo para los afligidos; aliento para los cansados; bálsamo para los que se hallan en las peores angustias, y al mismo tiempo tiene todo lo necesario para guiarnos en la vida y en la muerte.
Las promesas de Dios son grandes y maravillosas, los que las han puesto a prueba y experimentado han verificado que Dios es poderoso "para hacer todo lo que había prometido", pues "fiel es el prometió" (Hebreos 10:23).
Lo primordial es creer en Jesucristo, porque todas las promesas son dadas "en ÉL" a causa de la obra cumplida en la cruz del Calvario: por medio de sus sufrimientos y de su muerte.
Jesús nos abre el camino hacia Dios quien nos dice en su Palabra: "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, cómo no nos dará también con él todas las cosas?" (Romanos 8:32).
"Porque todas las promesas de Dios son en él (Cristo) Sí, y en él Amén (la afirmación sin reserva de Dios) para la gloria de Dios" (2 Corintios 1:20).
"Probadme", decía Dios a su pueblo Israel que se apartaba de ÉL, "probadme", invocándome con rectitud y veréis "si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde" (Malaquías 3:10).
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