"(El Señor)abre camino en el mar, y senda en las aguas impetuosas" Isaías 43:16
¿Ya se nos ocurrió observar los rostros de las personas que cruzan a diario en nuestro camino?
Casi todos están ceñudos y preocupados. Aun los que sonríen llevan a menudo sus penas secretas. Para algunos es el temor de alguna enfermedad y de la muerte; para otros, se trata de un hijo que se porta mal o de una mujer (o de un marido) infiel; puede ser un hombre que bebe con exceso y otro que tiene dificultades económicas; otro que fracasó en los negocios o en los exámenes.
La enumeración de las congojas es interminable. ¿Por qué tantos sufrimientos entre los seres humanos? Se conoce el motivo: el hombre ha pecado y se ha apartado de Dios. Pero -dirá alguien- ¿por qué soportamos aún las consecuencias de la desobediencia de nuestro primer padre? Es porque los hombres nunca se han vuelto del camino en el cual se metió Adán.
La Escritura dice: "Todos pecaron" (Romanos 3:22), así todos, pues son culpables.
Pero, Dios es un Dios de amor y abre a los hombres pecadores el camino de la felicidad. Quiere darles más de lo que han pedido: una dicha eterna.
Es necesario que nosotros pesemos bien estas últimas palabras. Es esa dicha la que Dios nos propone. No le promete eximirlo de las dificultades inherentes a la presente existencia, pero suavizará la amargura de ellas, porque ÉL es "el Padre de misericordias y Dios de toda consolación"
Luego le dará, al final del viaje, el descanso cerca de Jesús y más tarde, la gloria con ÉL.
La enumeración de las congojas es interminable. ¿Por qué tantos sufrimientos entre los seres humanos? Se conoce el motivo: el hombre ha pecado y se ha apartado de Dios. Pero -dirá alguien- ¿por qué soportamos aún las consecuencias de la desobediencia de nuestro primer padre? Es porque los hombres nunca se han vuelto del camino en el cual se metió Adán.
La Escritura dice: "Todos pecaron" (Romanos 3:22), así todos, pues son culpables.
Pero, Dios es un Dios de amor y abre a los hombres pecadores el camino de la felicidad. Quiere darles más de lo que han pedido: una dicha eterna.
Es necesario que nosotros pesemos bien estas últimas palabras. Es esa dicha la que Dios nos propone. No le promete eximirlo de las dificultades inherentes a la presente existencia, pero suavizará la amargura de ellas, porque ÉL es "el Padre de misericordias y Dios de toda consolación"
Luego le dará, al final del viaje, el descanso cerca de Jesús y más tarde, la gloria con ÉL.
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