La Torre Eiffel es el emblema de París, a cuya sombra se extiende el Campo de Marte.
La gran torre se somete, de tiempo en tiempo, a una renovación de su pintura desde su edificación en 1889. Tarea que está a cargo de los "pintores acróbatas" que devuelven la apariencia lozana a la Torre Eiffel. Bajo ellos, decenas de metros de vacío y una vista única del Sena, de las calles, edificios, parques y monumentos de la capital francesa.
La restauración, aunque cuesta millones de dólares, tiene por objeto seguir protegiendo este monumento de las injurias del tiempo. Su creador, el ingeniero Gustave Eiffel, había indicado la necesidad de hacerlo, en un texto titulado "La torre de 300 metros", escrito en 1990: "Nunca se insistirá suficiente en que la pintura es el elemento esencial de la conservación de una obra metálica y que la atención que se le preste es la única garantía de su duración".
Según su creador, la Torre fue concebida de modo que cada una de sus partes fuera "perfectamente accesible, a fin de efectuar en todo momento inspecciones destinadas a detectar el menor asomo de herrumbre y a proceder en consecuencia".
Solo que hay que ser inmune al vértigo... Por supuesto, tal es el caso de los obreros contratados para extender 60 toneladas de pintura.
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